TIERRA LLANA

A lo largo de su devenir histórico el valle central del Ebro fue una vía privilegiada que permitió la llegada a estas tierras de productos y modas de territorios alejados. Esta zona estuvo siempre dentro de los circuitos más concurridos de la península Ibérica, desde donde irradiaron modas y tendencias hacia el resto de Aragón. En la capital existieron tejidos y prendas procedentes de los lugares más inesperados gracias a la internacionalización de los mercados en el siglo XIX.
Partiendo de modelos heredados del siglo XVIII que se adaptaron y modificaron con el tiempo según los cambios en la moda y las costumbres, la estructura básica en los trajes siguió una evolución similar a la de otras muchas comarcas aragonesas. Haremos una enumeración de las diferentes prendas que conformaron estos trajes, partiendo de las piezas básicas y presentando las innovaciones que se produjeron.
Las mujeres desde tiempo atrás se vestían con trajes de dos piezas: las sayas y los cuerpos. Cubriendo las piernas llevaban varias faldas superpuestas bajo las que la mujer utilizaba como prenda interior una larga camisa. Las enaguas eran de lino o algodón, pero en épocas de frío se tejieron con agujas o a ganchillo, para tomar el nombre de refajo. Este nombre también definía a las gruesas faldas de paño. Al exterior y visible iba la saya o falda exterior. Sobre las sayas se usaba un delantal de materiales toscos para el trabajo, o confeccionados en tejidos finos con puntillas y bordados para “mudar”.
Las medias estaban confeccionadas con agujas, en lana o algodón, y en ellas predominaron los colores blanco y negro, con pie y altas hasta debajo de la rodilla, donde se sujetaban con ligas o atadores. Los calzados más usados por mujeres y hombres fueron las alpargatas y espardeñas (de esparto y más aptas para la huerta), y de manera excepcional zapatos y botines, utilizados cuando el nivel económico lo permitía.
Las prendas con que cubrieron su torso evolucionaron a lo largo del tiempo. Hasta bien avanzado el siglo XIX se usaron piezas ajustadas, jubones abiertos por delante y sujetos con cierres metálicos o encordadera. A finales del XIX se introdujeron las chambras y cuerpos, también de manga larga pero menos ajustados. Las chambras, más sencillas, se usaban a diario, mientras que los cuerpos, más ricos y decorados imitaban la moda burguesa finisecular.Durante el tiempo caluroso del verano las mujeres llevaban camisas y justillos, estos últimos siempre muy entallados, sin mangas y apretados por delante mediante cordón (encordadera) y ojetes.
Siempre cubrían sus hombros y el pecho con piezas como pañuelos o mantones. Desde los primeros, en ocasiones bordados por la misma usuaria, hasta la aparición de las piezas de tela con flecos añadidos o la introducción de las toquillas de fines del siglo XIX, la variedad de estas prendas en cuanto a tamaño, materiales y decoración fue enorme. Pero si rica era la variedad de estas prendas, no lo era menos la forma en que podían colocarse: desde los más abiertos a principios del XIX hasta los sumamente recatados de final de la centuria, siempre doblados en diagonal, ajustados al cuello para unir las dos mitades por delante, cruzarlas, etc.
De entre todas las tipologías disponibles los pañuelos y mantones más apreciados y usados para “mudar” eran los de seda. Desde los más lujosos mantones de Manila, al alcance de muy pocos bolsillos, grandes y con ricos bordados, hasta los más reducidos pañuelos de cuello encontramos un repertorio amplísimo de modelos, y cuando llegamos a finales del siglo XIX aparecen las toquillas, imitando una vez más a las pelerinas, cuellos y “fichus” de la moda burguesa internacional.
Nos quedaría por comentar el peinado femenino. Según los más recientes estudios el moño “de picaporte”, especie de lazo vertical con el pelo trenzado que se colocaba en la parte posterior de la cabeza, estuvo ampliamente extendido por el territorio aragonés hasta finales del siglo XIX. Sin embargo el peinado más conocido y que se conservó hasta fecha más reciente es el moño “de rosca”, por su mayor sencillez frente al de picaporte. Lo que caracterizaba siempre a estos peinados era la sujeción de los cabellos, con lo que se trataba de evitar en la medida de lo posible que penetrara en ellos el polvo, la suciedad y los piojos.
En el caso de los hombres a principios del XIX entre las clases populares del valle del Ebro y de buena parte del área mediterránea era habitual el uso de unos amplios calzones confeccionados con tejidos de grueso lienzo blanco. Esta prenda era muy habitual en torno al Ebro, pero pronto se vio sustituida por los calzones hasta la rodilla y ajustados, como los usados por los más poderosos en siglos anteriores. Esta pieza fue el elemento más representativo de la indumentaria tradicional masculina, y su abandono en las décadas finales del siglo por los pantalones largos marcó el inicio de una serie de cambios radicales en las formas de vestir.
También el hombre utilizó, como única ropa interior, la larga camisa de lienzo, hilo o algodón. Los zaragüelles o calzoncillos se incorporaron cuando el uso de calzón ajustado hizo necesaria una prenda para aislarlo del cuerpo. El calzón, ajustado a la pierna, llegaba hasta la rodilla. Se confeccionaba en los materiales disponibles: lanas y, en casos muy especiales, sedas. Al igual que para el resto de la ropa, hay que destacar la importancia que tuvo la llegada de los tejidos industriales de algodón (panas y terciopelos de Cataluña), cuyo uso se extendió rápidamente dada su comodidad, calidad, facilidad de limpieza y coste relativamente económico.
Ya hemos hecho referencia a la incorporación de los pantalones largos, olvidados frecuentemente al hablar de la indumentaria tradicional de nuestra tierra. Su uso fue muy temprano y se convirtió en habitual para los hombres del Ebro.
Prenda casi obligada era el chaleco sobre la camisa. Esta prenda, se confeccionó en materiales aún más diversos si cabe que el resto del traje. Para diario predominaron los paños o tejidos de algodón (como la pana) pero en los “de mudar” era mayor la riqueza del tejido. La faja o banda, enrollada a la cintura, sujetaba el chaleco y el calzón. Las más usadas de estambre se reemplazaban por las de seda en grandes ocasiones. Sus colores solían ser naturales, como el crudo de la lana, o más sufridos, como el negro, azul y morado.
La chaqueta del traje era una prenda de mucho vestir y estaba confeccionada en el mismo tejido que el calzón. Eran cortas a la cintura y podían llevar diseños en solapas o acabados que variaban según la moda, como ocurría con los chalecos. Esta prenda habitualmente debía ser confeccionada por un artesano especializado (el sastre) por lo que su coste económico hizo que en algunas ocasiones, y sobre todo a finales del siglo XIX, se reemplazara en el traje por la blusa, especie de chaquetilla que partiendo de materiales y formas sencillas, se popularizó de tal manera que acabó convirtiéndose en prenda de fiesta o “de mudar”.
Cubriendo las pantorrillas, los hombres llevaban o bien medias, con pie y tan sólo hasta la rodilla, o bien calcillas o medias de estribo, sin pie pero con una tirilla tejida que pasaba por debajo del talón. Muy a menudo se colocaban unos gruesos calcetines o peales. Las medias iban sujetas bajo la rodilla con ligas de variada factura, y respecto al calzado, los artesanos de cada localidad confeccionaron sobre todo el más común: la alpargata miñonera. Además se empleaban otros tipos de alpargatas, abarcas de piel (o en época muy reciente de neumático), alpargatas de esparto (espardeñas), e incluso —aunque de forma minoritaria— zapatos y botas.
Desde los pies nos vamos a la cabeza para encontrarnos con el pañuelo, que, con calidad, colorido y colocación variables, nos daría idea de la personalidad del individuo que lo llevaba y de la ocasión concreta. Desde finaesl del XVIII y principios del XIX los gorros y redecillas cedieron su protagonismo a los pañuelos, mucho más polivalentes en su uso. Sobre este tocado habitualmente identificado con el término de cachirulo (abandonando siempre su identificación con un modelo único de cuadros bicolor) fue normal el empleo de sombreros de formato variable, pero con predominio de los de alas muy anchas. En una fecha más reciente estos sombreros fueron sustituidos por nuevas modas como las boinas y gorras, que han perdurado en ocasiones hasta la actualidad.
La climatología determina también el hecho de que para el invierno se hagan imprescindibles las prendas de abrigo, entre las que sobresale la manta, parda o de vivos colores (zaragozanas o zaragocíes). La capa, de paño negro o pardo, era pieza no sólo de abrigo, sino de respeto y ceremonial, por lo que se usaba en cualquier época para determinadas ocasiones, como por ejemplo en los funerales. Otra prenda de abrigo habitual fue el tapabocas, especie de bufanda de lana. Insistamos una vez más en que el vestido masculino sufrió más rápidamente, durante el siglo XIX, el proceso de internacionalización de la moda en el que se comienzan a abandonar las peculiaridades regionales en el vestir para tender a una mayor uniformidad en toda Europa occidental. En la indumentaria de la mujer no se inició este mismo proceso hasta el primer tercio del XX con el abandono en los años 20 y 30 de las faldas largas, como elemento más significativo, entre las clases sociales más a la moda.

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