SISTEMA IBÉRICO

Todo el Suroeste de la comunidad aragonesa está ocupada por el Sistema Ibérico. Se trata de una zona bastante accidentada, con gran cantidad de sierras que en algunos casos entorpecieron bastante las comunicaciones. El clima que caracteriza a la zona es mediterráneo continental, aunque más duro por la altitud de estas zonas de montaña. Las temperaturas son más extremas, especialmente en el invierno, a la vez que aumentan las precipitaciones, en muchos casos de nieve.
Las tierras más al norte de esta banda montañosa rodean al Moncayo. Aunque en principio las ropas conservadas y la memoria que se guarda de ellas no reflejan unas características muy diferenciadas del resto de las ya estudiadas, merece esta zona una mención especial gracias a unos testimonios especialmente valiosos datados en la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de los dibujos y pinturas de Valeriano Bécquer y de las descripciones de tipos populares de su hermano Gustavo Adolfo en el libro "Cartas desde mi celda", realizados durante sus estancias en Veruela entre 1864 y 1870. En sus testimonios encontramos trajes femeninos en los que predominan las faldas de gruesa lana de colores (rojos y amarillos, relata el poeta) con apliques en otros tejidos. En la mayoría de los casos estas mujeres visten camisas blancas con justillos sin mangas abiertos mediante encordadera por delante y por detrás, y cubren sus hombros una vez más con pequeños pañuelos (los Bécquer visitaron la zona en verano). Un elemento a tener en cuenta es la representación constante y usual del peinado femenino de picaporte, al que consideramos como el más extendido por las tierras aragonesas hasta la mitad del siglo XIX.
También en el caso de los hombres estos documentos nos aportan algún matiz peculiar. Observamos el gusto por las mantas rayadas y la disposición del pañuelo de cabeza como una estrecha banda que rodea la cabeza dejando las puntas sueltas. Aparecen en estos dibujos y pinturas prendas no mencionadas hasta ahora y que sin embargo se conocieron en todo el territorio aragonés. Entre ellas, una especie de chaleco de paño de lana, muy cerrado al cuello, de abotonadura cruzada y pechera decorada con otro tejido más fino. En algunas zonas del Pirineo se denominó a esta prenda armilla.
Desde el Moncayo descendemos en primer lugar a los valles del Jalón y del Jiloca, comarcas que, en lo referente a la indumentaria tradicional, podemos caracterizar como bastante próximas a las formas determinadas para el valle central del Ebro y Zaragoza. Está claro que la existencia de importantes vías de comunicación a través de estos valles favoreció la adopción de los modelos más avanzados, especialmente en ciudades como Calatayud, núcleo urbano de gran influencia en la zona.
Seguimos después ascendiendo hacia regiones en las que el clima de montaña influye notablemente en las condiciones de vida de sus habitantes. Las principales actividades de los pueblos de esta zona fueron la ganadería y el aprovechamiento de la madera de sus bosques, especialmente en la comunidad de Albarracín. Al igual que en las otras regiones de montaña del norte aragonés, entre estas gentes el uso de la lana de sus ganados fue determinante en las prendas más utilizadas. Entre los buenos paños de lana de la zona destacan los de cordellate (tejido basto cuya trama forma cordoncillo).
Para diario era habitual que las mujeres llevasen sobre la camisa interior y las enaguas chambras de colores sufridos, y varios refajos o faldas de paño cubiertas con la saya exterior, más fina. Para evitar cargar demasiado las caderas y que su volumen fuese exagerado se confeccionaron numerosos refajos en cuya parte superior —que no se veía normalmente— se colocaba una pieza de tela más delgada. La parte inferior de la falda iba decorada en algunos casos con cenefas de paño, terciopelo, cintas, bordados o estampaciones de motivos geométricos y vegetales.
Eran abundantes los pañuelos y mantoncillos de diversa calidad y colorido, con preferencia por los de fina lana, o las toquillas, prenda que, a pesar de ser relativamente reciente —su uso se extendió en el último cuarto del siglo XIX— alcanzó una gran popularidad por la mayor parte del territorio aragonés. En la cabeza colocaban pañuelos como protección frente al frío, la suciedad, y también los piojos, que con tanta facilidad aparecían dado el frecuente contacto con el ganado.
Con mayor motivo los hombres tenían que adaptar sus ropas al clima, y así emplearon gruesos calzones y chalecos de cordellate, medias de lana, piales, abarcas, polainas, espalderos de piel de cabra u oveja, mantas, pañuelos y sombreros.
En lo referente a los trajes festivos empleados en estas sierras, así como en buena parte de la provincia de Teruel, hay que remitirse a los elementos característicos comentados para el conjunto de la región. El retraso a la hora de copiar las modas del momento se debió, sobre todo, a la dificultad en las comunicaciones, por lo que la llegada a menor escala de los productos textiles de la industria permitió que permanecieron algunos usos hasta épocas tardías. De hecho, podemos situar aquí algunos de los casos más recientes de conservación del calzón corto entre los hombres en el siglo XX.
Desplazándonos hacia el este de la región llegamos a la sierra de Gúdar y el Maestrazgo, donde se ha documentado el uso de prendas habituales en el conjunto de la región aragonesa. Las características del terreno facilitaron la existencia de dos tipos de poblamiento: el de núcleos de población concentrados y el de masadas, exponente del poblamiento disperso existente en buena parte de las sierras turolenses. Del mismo modo, la organización del relieve de la zona hizo más fáciles los contactos con la comunidad valenciana que con Teruel y el resto de Aragón. En lo tocante a su indumentaria no había grandes diferencias entre los masoveros (habitantes de las masadas) y los vecinos de los pueblos. Sin embargo, se producía un fenómeno que ya se ha comentado a mayor escala para el conjunto de Aragón: la pervivencia por más tiempo de las prendas llamadas tradicionales entre los masoveros, más aislados.
La preponderancia de los tejidos de lana en las ropas de esta zona se hace todavía más evidente cuando vemos cómo la comarca inició a mediados del siglo XIX una industrialización del sector. Las fábricas de hilados y tejidos instaladas en la zona actuaron como dinamizador de la economía de la zona hasta la guerra Civil. Respecto de otros materiales, vemos cómo el lino y el cáñamo solían tejerse artesanalmente, mientras que los algodones y las sedas llegaban desde Cataluña y Levante por vía comercial.
La artesanía local se manifestó en otros productos como el calzado. Se hizo necesario el empleo de abarcas (albarcas), espardeñas y zuecos (en este caso los llamados abarqueros, de suela de madera con talonera y empeine de esparto). Todos estos calzados se confeccionaban en casa, o cuando menos en la propia localidad. Las alpargatas se consideraban en principio un calzado para las ocasiones importantes, puesto que fueron ocupando los zapatos y botas cuando la industrialización redujo sus precios.
Para la indumentaria femenina haremos referencia en estas líneas a diferentes tipos de faldas que recibieron una denominación particular. Se confeccionaron en estas localidades sayas o refajos, como los llamados "de virones", "de tartán" y "de cenefa". Los tres tipos se tejían con una mezcla de lana con algodón y cáñamo, lo que les daba un aspecto áspero y rígido. Las "de virones" tenían rayas verticales sobre fondo liso; las "de tartán" hacían cuadros, generalmente combinando el negro y otro color más vivo; y las "de cenefa" seguían el sistema de las sayas de tartán, pero en su elaboración se introducía en la parte baja una trama de algodón de vivos colores formando una llamativa cenefa tejida.
Otras prendas que se popularizaron enormemente a finales del siglo XIX fueron la toquillas. Fueron sustituyendo a los pañuelos y mantoncillos en el gusto de las mujeres de la mayor parte del país estas piezas de lana tejidas a punto. En principio eran de abrigo, pero poco a poco se transformaron adoptando formas variadas y acabados especiales. Invierno o verano, fiesta o diario para todo momento existieron toquillas apropiadas. Se han documentado tipos diversos, por lo que podemos diferenciar entre las manteletas, las toquillas propiamente dichas y otros ejemplares más ornamentales como las pelerinas o los cuellos. Su confección fue en la mayoría de los casos industrial, aunque no faltaron los casos realizados por las mismas usuarias.
Si para las mujeres las toquillas supusieron una prenda de transición hacia las modas más avanzadas, para los hombres ese papel puede corresponderle a las blusas. Estas imitaban el traje de los operarios industriales en las zonas urbanas. Su comodidad y bajo precio favorecieron su rápida difusión, incorporándose al traje mucho antes que el ya mencionado y revolucionario pantalón largo. Esta blusa, estaba formada por dos partes: una superior o canesú que cubría los hombros y el faldón fruncido que bajaba aproximadamente hasta la cadera. Su éxito en Aragón llevó a que adoptara formas más elaboradas, con tejidos de calidad y decoraciones a base de lorzas y bordados, hasta llegar a ser pieza de fiesta o "de vestir".

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